
Del contacto diario con Jesucristo en la Eucaristía, en la celebración y adoración, brotó la fuerza de su entrega a la misión, la confianza con la que intercedía por el mundo, el espíritu con el que afrontó las dificultades y el deseo de que el amor de Jesucristo, que salva e repara, llegara a todas las personas.
Murió en Roma en el año 1925. El 23 de enero de 1977 Pablo VI la proclamó Santa porque hizo vida el Evangelio. Una vida que es don para la Iglesia y para el mundo.